El carcinoma epidermoide cutáneo es el segundo cáncer de la piel más frecuente después del carcinoma basocelular y da lugar a una mortalidad importante no despreciable, debido a sus localizaciones preferentes y a su potencial metastásico. Sin embargo, la mortalidad es limitada. El factor de riesgo evitable más importante es la exposición a los ultravioletas (UV) naturales o artificiales. Aparece casi siempre sobre lesiones preexistentes, como la queratosis actínica. La clasificación TNM (tumor, ganglios [node], metástasis) utilizada clásicamente para el cáncer es poco adecuada para este tipo de tumor. Por ello, se ha propuesto una clasificación ajustada, para orientar un tratamiento óptimo. Su pronóstico depende de las características clínicas (tamaño de la lesión y localización) e histológicas (grosor tumoral, grado de diferenciación, invasión perinerviosa). La queratosis actínica y el carcinoma in situ pueden tratarse de manera conservadora, mientras que el carcinoma epidermoide infiltrante se trata con cirugía de exéresis con unos márgenes adaptados al pronóstico. El carcinoma epidermoide de las semimucosas tiene una patogenia, un pronóstico y un tratamiento específicos. La prevención primaria de estos tumores es indispensable y pasa por una educación de las personas de riesgo y una fotoprotección adecuada. En el carcinoma mucoso, la prevención (vacunación) y la detección precoz de las infecciones por el VPH (virus del papiloma humano) deberían permitir disminuir la incidencia de estos tumores.