Debido a la prevalencia creciente con la edad de las patologías crónicas y de la polimedicación, los efectos adversos medicamentosos son más frecuentes y más graves en los ancianos. Sus manifestaciones son banales (cansancio, caídas, etc.) y las moléculas más frecuentemente implicadas en estos episodios son de uso corriente (antitrombóticos, antihipertensivos, hipoglucemiantes, psicótropos y analgésicos). El margen de mejora es amplio, ya que muchos de estos efectos adversos están ligados a errores que pueden aparecer en todos los estadios del tratamiento farmacológico (en particular prescripción y administración) y que están causados con frecuencia por una falta de comunicación, sobre todo entre los distintos centros sanitarios a los que acude el paciente. Por lo tanto, reducir estos efectos adversos supone adoptar un enfoque formalizado, asociando al paciente, para limitar los errores en la elección de los fármacos; transmitir eficazmente las informaciones sobre el tratamiento a los participantes clave en el tratamiento medicamentoso (profesionales, paciente y/o entorno) para limitar los errores de comprensión; garantizar una vigilancia por parte de estos participantes que permita una detección precoz de los efectos adversos antes de que sean graves; anticipar las situaciones de riesgo de efecto adverso; establecer un enfoque de análisis pluriprofesional de los riesgos para mejorar «de continuo» el tratamiento medicamentoso del conjunto de los pacientes.