La sífilis es una infección de transmisión sexual que no ha dejado de aumentar en las dos últimas décadas en Europa y Estados Unidos. La incidencia es mayor en algunas poblaciones vulnerables, como los varones que tienen relaciones sexuales con varones y las personas que viven con el virus de la inmunodeficiencia humana. Su cuadro clínico es muy polimorfo. La sífilis primaria se caracteriza por un chancro único e indoloro que debe hacer pensar en otras causas de ulceración genital. Entre los signos de la sífilis secundaria predominan las sifílides, cuya localización y características semiológicas pueden simular diversas dermatosis como el liquen, las verrugas, la dermatitis seborreica o la psoriasis. La sífilis terciaria es la forma más grave de la infección y se manifiesta con diversos cuadros clínicos: cardiovascular, neurosífilis, auditivo u ocular. Cabe señalar que, hoy en día, el descubrimiento de la sífilis es a menudo serológico (sífilis latente precoz o tardía). El diagnóstico de la sífilis se efectúa mediante pruebas directas (microscopia de campo oscuro, reacción en cadena de la polimerasa) y, sobre todo, mediante pruebas serológicas, que son cada vez más eficaces. Sea cual sea el estadio o el contexto, la penicilina sigue siendo el tratamiento de referencia para la sífilis. En la práctica, el tratamiento eficaz de la sífilis debe ser holístico e incluir tratamiento del paciente y sus parejas sexuales, asesoramiento sobre prevención (reducción de conductas de riesgo, uso de preservativos), detección del virus de la inmunodeficiencia humana, hepatitis B, C, clamidiasis y gonococia.